No pretendo pontificar, ni ofrecer claves, ni técnicas, ni teoría. Solo compartir mis pensamientos.
Una de las grandes bases que usamos para enseñar y aprender en clase es la del diálogo, el debate y el intercambio de preguntas. Otra de ellas es el juego, otra las relaciones con los demás y otra la búsqueda de información y la plasmación en soportes físicos. Hay más pero esas son las que más utilizamos.
Jose Antonio Fernández Bravo, especialista en matemáticas, en su libro "Enséñame a contar y a no contar" (2014), nos ofrece unos consejos:
Dominar el arte de preguntar, partiendo siempre del lenguaje del alumno, como modelo de duda, desafío y camino de comprensión para el aprendizaje, en la adquisición del concepto que se esté elaborando intelectualmente; conduciendo al alumno mediante ejemplos y contraejemplos que fomenten la discusión y el diálogo, para que sea él, y sin corrección algun por nuestra parte, el que advierta con claridad, por el diálogo interior provocado: el acierto o el error cometido. Utilizar la pregunta, desde la enseñanza, como modelo didáctico; desde el aprendizaje, como fuente de conocimiento.
Pues bien, esto que parece tan claro, a mí todavía me parece una hazaña titánica. En el sentido de que hacer buenas preguntas es un arte y para eso hay que ser un artista.
Lo confieso, todos los días modero, converso y hago preguntas. Todos los días los pequeños cuentan cosas muy interesantes y van encadenando pensamientos. Todos los días voy guiando y reencaminando las cuestiones en la dirección que me interesa (aquí encuentro uno de mis dilemas).
Y sin embargo, parece que dominar el arte de hacer buenas preguntas se encuentra todavía lejos de mi alcance. O al menos, así me siento.
Hay personas que aprenden muy bien a través del método socrático, otros aprenden mejor experimentando, viendo, imitando, repitiendo, tocando... Pero siempre hay que aprovechar el lenguaje, el debate y el diálogo para poder dar forma y organizar las ideas de nuestra mente a través de la expresión oral.
Una cosa es que yo pregunte para aprender y otra que yo pregunte para que los demás aprendan. Sobre todo si los demás son criaturas de 3, 4 o 5 años. No es cosa fácil. Al menos para mí.
Existen las preguntas abiertas, las preguntas cerradas, las retóricas, las implícitas, etc. Las que provocan inferencias, las que provocan contradicciones, las que provocan inducciones...
Procuro usarlas a diario, pero sé que todavía me queda mucho por aprender. Y en bastantes ocasiones me quedo con la sensación de que podría haber sacado más partido de la conversación. No sé si a otros docentes le pasa lo mismo.
Hay investigaciones que muestran que la calidad del discurso en el aula es uno de los elementos más decisivos en el aprendizaje: los intercambios sociales con los demás son fundamentales para construir significado. Aquí nos encontramos con el dilema anterior.
Si las preguntas-respuestas toman la forma de "maestra pregunta"-"alumno responde"-"maestra evalúa (¡Bien! ¡Eso es!)", no parece que la discusión esté optimizada. El pensamiento crítico y la construcción del significado se realiza a través de intercambio de opiniones, puestas en común, escucha activa, participación de todos y contraste de conclusiones.
En muchas ocasiones no nos detenemos a reflexionar sobre nuestras interacciones y si las preguntas que hacemos provocan un verdadero aprendizaje. Parece darse por sentado que ya sabemos hacerlo adecuadamente. No obstante, ha sido uno de mis grandes caballos de batalla precisamente porque creo en su gran potencialidad. Al menos confío en que reflexionar sobre esto me ayude a ser consciente y a intentar mejorar cada día. En voz baja y sin que se entere nadie: cuando me veo en las grabaciones, muchas veces me echo las manos a la cabeza ¡vaya tontería que he dicho! Para muestra, un botón -creo que el alumnado lo hace mejor que la seño-:
(Vídeo solo disponible en la web del colegio).
Hacer preguntas para que otros aprendan es un arte. Como decía Concha Velasco: "¡Mamá, quiero ser artista!".
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